Entre el Largo da Graça y el de São Vicente, en la Lisboa alta, existió durante siglos una travesía estrecha y tortuosa que el vecindario conocía como Travessa das Bruxas. En las noches de temporal, decía la tradición, el paso se llenaba de figuras misteriosas. Algunas tomaban forma humana —con capotes largos y el clásico lenço de bico—; otras aparecían como gatos negros de ojos llameantes que merodeaban en silencio.
La historia más repetida cuenta que, en una ronda nocturna bajo la tormenta, un oficial de la Guardia Municipal fue sorprendido por uno de esos gatos: el animal saltó sobre su caballo, se aferró con las garras y provocó la caída del jinete. El susto corrió de boca en boca y reforzó la fama supersticiosa del lugar durante generaciones.
Como ocurre con muchos topónimos “incómodos”, el Ayuntamiento acabó actuando. En 1859, un edital municipal sustituyó oficialmente el nombre Travessa das Bruxas por Travessa de São Vicente, en una clara tentativa de apartar las alusiones a la brujería de la cartografía urbana.
El trazado del barrio también cambió con el tiempo. A finales del siglo XIX se abrió la Rua da Infância, que cortó en línea recta entre São Vicente y Graça y se presentó como la “sucesora” de la antigua travesía. De ahí que hoy el paseo por la zona combine calles nuevas y viejas y, si sabes mirar, restos de un pasado con más sombras que luz.
Pese al cambio de nombre, la travesía no desapareció: la actual Travessa de São Vicente sigue ahí, en la freguesia del mismo nombre, y el eco de la vieja leyenda aún acompaña a quien sube y baja sus pendientes empedradas.
Imagen: Archivo Municipal de Lisboa