De viaje - Lisboa

Entre peldaños y fado: las Escadinhas de São Cristóvão en el corazón de Lisboa

Las Escadinhas de São Cristóvão son uno de esos rincones de Lisboa que se descubren casi por casualidad, al torcer una esquina entre la Baixa y la Mouraria. Desde la Rua da Madalena, un pequeño pasadizo te conduce a esta escalera

La iglesia de São Cristóvão vista desde abajo
La iglesia de São Cristóvão vista desde abajo

empinada que trepa hacia la iglesia de São Cristóvão, uno de los pocos templos lisboetas que sobrevivieron casi intactos al terremoto de 1755 y que ocupa, según la tradición, el lugar de una antigua ermita medieval. En pocos metros se condensa buena parte de la esencia de Lisboa: casas antiguas, ropa tendida, vecinos que se cruzan en el día a día y, hasta hace muy poco, uno de los murales más emblemáticos de la ciudad.

En 2012, un grupo de artistas —Hugo Makarov, Mário Belém, Nuno Saraiva, Pedro Soares Neves, UAT y Vanessa Teodoro— transformó las paredes de estas escaleras con el mural Fado Vadio, un homenaje al fado y al barrio de la Mouraria impulsado por la asociación Amigos de São Cristóvão.

Entre guitarras, retratos de figuras históricas como Maria Severa o Fernando Maurício y referencias al propio barrio, el mural contaba visualmente la historia de la canción más lisboeta, reconocida hoy como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. No era raro ver a turistas y curiosos detenerse a fotografiar cada detalle mientras los vecinos seguían su rutina, casi inmunes a los flashes: para quien vive allí, las escadinhas son, antes que nada, un camino cotidiano que conecta la Baixa, Martim Moniz y la Mouraria.

El mural ‘Fado Vadio’, ahora desaparecido

En los últimos años, sin embargo, este paisaje ha cambiado. El edificio municipal que servía de soporte al mural quedó gravemente dañado tras un incendio y tuvo que ser demolido, lo que supuso la desaparición física de Fado Vadio y abrió un debate sobre la conservación de la arte urbana en Lisboa.

Aun así, las Escadinhas de São Cristóvão siguen siendo un lugar de memoria: de la devoción a San Cristóbal, patrono de los viajeros, recordada en el bajo relieve inaugurado en 1969, y de la tradición fadista de la Mouraria, que continúa viva en casas de fado cercanas y en las fiestas populares que llenan de música estas calles cada verano. Para quien visita Lisboa hoy, subir o bajar estas escaleras es una forma sencilla de sentir ese cruce entre historia, barrio y arte que define tan bien la ciudad: aunque el gran mural ya no esté, el espíritu del fado y de la Mouraria sigue agarrado a cada peldaño.