De viaje - Oporto

El puente de Luis I, arco de hierro del Oporto Patrimonio Mundial

Si hay una imagen que se queda grabada después de visitar Oporto es la silueta de un gran arco de hierro cruzando el Douro, con las casas de la Ribeira a un lado y las bodegas de Gaia al otro. Es el puente de Luis I (Ponte de Dom Luís I), uno de los símbolos indiscutibles de la ciudad y pieza clave del paisaje urbano que, desde 1996, forma parte de la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO bajo el nombre de “Centro Histórico de Oporto, Puente de Luis I y Monasterio de la Serra do Pilar”.

Cada nuevo aniversario de esa inscripción es una buena excusa para volver la vista hacia este puente y recordar que no es solo un fondo perfecto para fotos, sino también una obra maestra de ingeniería que cuenta la historia de una ciudad en plena transformación.

Un puente para una ciudad que crecía

A finales del siglo XIX, Oporto vivía un gran crecimiento económico y demográfico. El antiguo paso sobre el río, la Ponte Pênsil, se había quedado corto para el tráfico y las necesidades de una ciudad que miraba al futuro. En 1880 el gobierno lanzó un concurso internacional para construir un nuevo puente metálico de dos niveles que uniera Oporto con Vila Nova de Gaia.

El proyecto ganador fue el de la Société de Willebroek, dirigido por el ingeniero belga Théophile Seyrig, antiguo colaborador de Gustave Eiffel y coautor de la vecina Ponte Maria Pia. No es casual que muchas personas sigan pensando que el puente de Luis I es “de Eiffel”: comparten lenguaje técnico, hierro, grandes arcos y ese aire muy siglo XIX en el que la ingeniería se exhibe casi como una obra de arte.

Las obras comenzaron en 1881 y terminaron en 1886; el puente se inauguró el 31 de octubre de ese año. Durante décadas, los dos tableros llevaron carros, tranvías eléctricos, trolebuses y más tarde coches particulares. Hoy su función ha cambiado, pero sigue cumpliendo la misma misión: hacer posible la vida diaria entre las dos orillas del Douro.

Una visita imprescindible

Para quien visita Oporto, cruzar el puente es casi obligatorio, casi un rito de iniciación. Por abajo, a ras de río, se siente de verdad el tamaño del arco y el peso del hierro sobre la cabeza, mientras el agua del Douro pasa lenta y los barcos turísticos y los rabelos se cruzan sin descanso. Desde ese nivel se escuchan las conversaciones en las terrazas, el bullicio de los muelles, el eco de los músicos callejeros y el ruido del tráfico que todavía atraviesa la ciudad de orilla a orilla.

Por arriba, en cambio, la experiencia es otra: sobre el tablero del metro, el paseo al atardecer lleva hasta el Jardim do Morro y la Serra do Pilar, uno de los mejores miradores sobre la ciudad y el Douro. Desde allí, Oporto se abre como un anfiteatro, con los tejados naranjas, las fachadas apretadas y el río dibujando su curva. Celebrar el aniversario de su reconocimiento como Patrimonio Mundial es, en el fondo, una invitación a mirarlo con otros ojos: no solo como una postal bonita, sino como la gran puerta de hierro que, desde hace más de un siglo, sigue uniendo orillas, épocas y personas.