En medio de las llanuras doradas del Alentejo, donde el horizonte parece no tener fin y las encinas dibujan sombras lentas sobre la tierra, se encuentra uno de esos lugares donde el tiempo se dobla sobre sí mismo: la Anta-Capela de São Brissos. A simple vista, es una pequeña ermita blanca, de esas que salpican el paisaje portugués con su sencillez rural. Pero basta acercarse para descubrir que sus muros esconden una historia que se remonta varios milenios atrás.
Antes de ser capilla, São Brissos fue un dolmen, una de esas estructuras megalíticas que los antiguos habitantes de la región levantaban con enormes losas de piedra para enterrar a sus muertos o rendir culto a sus ancestros. La zona de Montemor-o-Novo, donde se encuentra, está llena de estos vestigios prehistóricos: cámaras funerarias, menhires, antas… un verdadero museo al aire libre del pasado más remoto del Alentejo. Con el paso de los siglos, aquellas piedras colosales quedaron en pie, cargadas de misterio y de memoria.
Y es ahí donde entra en juego la imaginación –y la fe– de los hombres medievales. Durante el siglo XVII, alguien decidió que aquel antiguo lugar de culto debía volver a tener vida, esta vez bajo el signo de la cruz. Así, sobre la estructura del dolmen, se construyó una pequeña capilla cristiana, la Capela de Nossa Senhora do Livramento, integrando las piedras prehistóricas en su propio cuerpo. No se trató solo de aprovechar materiales: fue, más bien, un gesto simbólico. El espacio que un día estuvo dedicado a los ritos de los antepasados se transformó en un lugar de oración cristiana, como si el paso del tiempo no borrara sino que sumara significados.
El resultado es una fusión sorprendente. Desde fuera, la ermita tiene la forma redondeada y el color encalado típico de las construcciones rurales alentejanas. Pero si uno se asoma al interior, puede ver cómo las grandes losas de granito del dolmen original siguen ahí, sosteniendo la estructura. Las piedras grises, milenarias, contrastan con la blancura de la cal y con el silencio tranquilo del lugar.
La Anta-Capela de São Brissos no es un caso aislado, aunque sí uno de los más impresionantes. En el Alentejo abundan los ejemplos de antiguos dólmenes que fueron cristianizadas, pero pocas conservan tan bien la armonía entre lo antiguo y lo nuevo. Quizá por eso visitar este rincón cerca de Montemor-o-Novo produce una sensación especial, como si el visitante participara en un diálogo entre civilizaciones. La piedra y la cal, lo pagano y lo sagrado, la muerte y la esperanza: todo se encuentra en unos pocos metros de espacio.
Hoy, São Brissos sigue en pie, discreta, rodeada de campo y de historia. No es un monumento grandioso, pero sí un recordatorio poderoso de cómo los pueblos del Alentejo supieron dialogar con su pasado sin destruirlo. En cada grieta del granito y en cada encalada del muro parece resonar la misma idea: los lugares sagrados nunca mueren, solo cambian de voz.