En el corazón de la Lisboa de finales del siglo XIX y principios del XX, el fado no era solo una música: era un lamento, una celebración melancólica, un retrato emocional de quienes caminaban las calles estrechas y empedradas de Alfama o Mouraria. Pocos artistas han logrado captar esa esencia con tanta fuerza visual como José Malhoa en su famoso cuadro O Fado (1910). Pero lo que quizás no todos saben es que esta icónica pintura portuguesa tuvo también una curiosa —y simbólica— conexión con el cine mudo, de la mano del cineasta francés Maurice Mariaud.
El cuadro: el arte de la sugestión
En O Fado, Malhoa nos presenta una escena cargada de tensión emocional: una mujer, de expresión ambigua entre el deseo y la resignación, escucha a un hombre —posiblemente un fadista— tocar la guitarra portuguesa. La escena ocurre en un callejón oscuro, íntimo, donde la luz tenue crea un contraste dramático, casi teatral. La sensualidad, la tristeza y el fatalismo conviven en la misma imagen.
Este cuadro no es solo una representación del fado como música: es una representación del estado de ánimo que lo define. La escena podría ser un verso de Amália Rodrigues, o un suspiro de Lisboa. La mirada del hombre hacia la mujer, y la postura de ella, que no rehúye ni acoge del todo, dejan entrever una historia no contada. Malhoa pinta el instante previo al drama.
La película: “O Fado” (1923), de Maurice Mariaud

Años más tarde, en 1923, el director francés Maurice Mariaud —fascinado por la cultura portuguesa— rueda una película muda también titulada O Fado. Aunque no es una adaptación directa del cuadro, la atmósfera, los personajes y el imaginario parecen salidos de la tela de Malhoa.
La cinta gira en torno al ambiente popular del fado, los celos, los amores imposibles y la fatalidad —temas profundamente ligados a la cultura fadista. La película reconstruye una Lisboa emocionalmente intensa, cargada de códigos sociales y pasiones soterradas, como los que respira el cuadro de Malhoa.
Lo más interesante es cómo la pintura y la película comparten una misma mirada sobre el fado: no como espectáculo musical, sino como lenguaje del alma. Mariaud transforma la luz y las sombras del lienzo en claroscuro cinematográfico. El lenguaje corporal de los personajes del cuadro —especialmente la tensión entre los dos protagonistas— encuentra eco en los gestos silenciosos de los actores del cine mudo.
Tanto Malhoa como Mariaud capturan lo que no se dice, lo que flota en el aire entre dos personas unidas por la música y separadas por la vida. El cuadro pinta el instante antes del drama; la película lo desarrolla en movimiento. Ambos artistas, desde lenguajes distintos, consiguen una cosa esencial: visualizar el fado más allá del sonido.
Esta relación entre imagen estática y cine también plantea preguntas sobre la narrativa portuguesa: ¿es el fado un género musical, o una manera de ver el mundo? ¿Puede un solo acorde o una sola imagen sugerir un destino trágico, un amor perdido, una Lisboa que ya no existe?